Represión como inicial respuesta

voselsoberano.com | Lunes 15 de Agosto de 2011 08:55

Julio Escoto

La fotografía sacudió al mundo: comandos armados preparándose para asaltar un instituto de segunda enseñanza en Tegucigalpa, dotados con fusiles, toletes, bombas lacrimógenas, escudos, carros celulares y disuelve-disturbios. Tras la cerca aparecen unos defensivos pero infantiles rostros imberbes a cuyas espaldas se abultan ominosas mochilas que contienen… cuadernos, lápices y libros. Tal es la imagen del cristianismo que impera en Honduras en este instante: represión como inicial respuesta, no el consenso; coacción, amenaza, despliegue excesivo de fuerza y violencia oficial indiscriminada pues le es indiferente azotar adultos, mujeres, niños o ancianos. El régimen tiene solo una oferta para cualquier problema social simple o complicado: confrontar, agredir, echar a los perros. Y los perros -policías y militares- no se enteran de que están siendo utilizados como máquinas, robots o mastines contra su propia comunidad y que antes de asestar el garrote tendrían por lo menos que dudar y conocer por qué lo alzan.

El poder político de Honduras vive terriblemente desactualizado y, lo más grave, con asesorías malsanas e incomprensión redonda del mundo de hoy. Carece de capacidad de lectura para los acontecimientos modernos. Para conocer ese mundo bastaría rondar la mirada y ver que la sociedad planetaria del presente no es la misma sometida de años antes. En Egipto se agitan los jóvenes y expulsan a una dictadura de treinta años; en España la indignada población demanda que acabe la cruel explotación laboral y financiera a que la someten trituradoras financieras y bancarias; en el educado Londres la ira suplanta a la protesta; en Israel 280 mil muchachos gritan basta ya al engaño y traición ideológicas; en el viril Chile los estudiantes van dispuestos a transformar completamente el sistema educativo en uno con propósito humanista, no solo económico.

El orbe todo descree in crescendo de los políticos porque ya confirmó su consuetudinaria corrupción, su inmoral ambición y su egoísmo; descree de los planificadores porque lo que buscan es usurpar recursos naturales para entregarlos a mejor postor y no para beneficio de la nación; descree de las fuerzas castrenses porque únicamente sirven para reprimir al interior, no para defender del exterior la república, además de ser probados enemigos de sus mismos hermanos. Y por fin pero no final, descree de las propuestas espirituales religiosas, las de credos tradicionales, porque estafan a la más pura y densa ilusión del hombre, la fe. Surge un nuevo varón, una nueva mujer, para conquistar y construir el siglo XXI.

La humanidad cambia veloz y se informa verazmente. Ello le permite discernir las movidas de los gobernantes y detectar, ejemplo, la estúpida prolongación neoliberal que se ensaya hoy en Honduras pero que está agotada hace 30 años: disminuir al Estado liberándolo de compromisos sociales, favorecer a los mercados comerciales y bursátiles aunque dañe a la población, legislar para minorías y élites millonariamente solventes, atender asesorías y dictados lesivos a lo nacional, entregar el patrimonio de todos para provecho de pocos: tales los credos impartidos desde el FMI y el BM y que siguen cual culto a dios, entre ellos la privatización arbitraria –porque tampoco debe satanizarse la gestión privada– del sistema educativo nacional.

Se me han humedecido los ojos esta semana al admirar la hidalguía de los estudiantes de secundaria y de sus padres, defensores del principio de compromiso del Estado en la función educativa; esperaba esta nobilísima reacción desde hace treinta años. El plante juvenil alza diques de dignidad contra el servilismo de las élites gobernantes, dispuestas a ejecutar las órdenes exteriores sin ética ni compasión por el daño que causan. Y es que ya basta de sufrir y callar, de permitir que minúsculos grupos de albaceas del poder transnacional dicten destino a la patria. Honduras tiene potencial para volver humanista a su democracia, bajo consenso y sin represión, siempre que no nos gobiernen selváticas sombras del mundo.