Eran ya las 8 de la noche cuando terminamos el programa de Radio en el CCET. Como era la primera transmisión en vivo, el colectivo completo –o una buena parte de él- se hizo presente a lo que resultó ser una especie de performance radial. Aun cargados por la adrenalina nos fuimos a Tierra Libre, unas pocas cuadras del centro cultural, para continuar los temas que desde el programa de radio esbozamos. Si hay algo que definitivamente sabemos hacer, es hablar.
Ya en el bar, Martín nos sacó una mesa y varias sillas a la acera, donde los fumadores pueden fumar sin dividir el grupo y dilatar la conversación. Hablamos del programa de radio, de arte, de política y llegamos al tema de la situación de país –siempre, cuando conversamos entre nosotros, terminamos hablando del país-. Así especulamos sobre el aumento del impuesto de guerra en las comunidades.
Actualmente hay barrios en Tegucigalpa y San Pedro Sula en donde el transporte público ya no llega y los negocios han cerrado por el aumento de la extorsión por parte de los pandilleros. El aumento del impuesto de guerra no es casual –dijo un compañero- las pandillas se están armando para una guerra. También el estado, que recientemente aumentó los impuestos para comprar más armas.
Acá todos se están armando de uno u otro lado y nosotros somos apenas espectadores de esa carrera armamentista y estamos concientes, que al final de todo, los cañones de ambos lados apuntaran contra nosotros. A esa conclusión habíamos llegado cuando vimos detenerse la patrulla a unos metros del bar. Retrocedió un poco y desde el asiento trasero un agente de policía nos señalaba amenazante.
-¿Porqué nos está señalando ese policía? Preguntó un compañero de la mesa y la alarma corrió entre todos.
La actitud de los policías era hostil, intimidatoria. Varios compañeros se pusieron de pie preguntándoles ¿Qué querían? Repitan que fue lo que gritaron. Dijo el agente del asiento trasero.
-Acá nadie les ha gritado, se le explicó varias veces, sin bajar la cabeza, con una actitud mas de reto que de miedo.
Fueron segundos muy tensos, llegamos a pensar que los policías se bajarían del carro y harían uno de esos registros que hacen en los bares de los barrios.
Tierra Libre está en una de las zonas exclusivas de Tegucigalpa y quizá por eso no lo hicieron. Pero nos impresionó ver como todos reaccionamos ante la sola presencia de los cuerpos de seguridad: una mezcla entre indignación, repudio y reto.
-¿Y cual es el problema pues? Dijo alguien en la mesa, sin bajarles la mirada a los agentes.
Susy –la dueña de Tierra Libre- salió a preguntar a los policías la razón de sus acciones. El oficial que estaba en el asiento delantero masculló algo al agente del asiento trasero y este pidió disculpas: nos equivocamos dijo y se fueron.
Nosotros nos quedamos allí un par de horas más, la patrulla volvió a pasar a las 11:30 de la noche y se detuvo a frente al bar al otro lado de la calle, que según cuenta Susy están queriendo intimidar a la clientela de Tierra Libre para boicotearles el negocio.
El sabor de alegría de la noche se había perdido. En cuestión de segundos vino a nosotros toda la experiencia del Golpe de Estado, de los toques de queda, de los chequeo y contra chequeo que aprendimos a practicar por seguridad, de los caminos alternos y la red de protección que activamos sin dudarlo.
Si nuestro análisis a principios de la noche son correctos y Honduras se dirige a una especie de guerra civil –al modelo Haití o al estilo de los países subsaharianos- Lo cierto es que el Estado no puede contar con nosotros como aliados en la contienda y, según indica la lógica de toda guerra, si no están conmigo, están contra mí.
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