Una de las encrucijadas más importantes con que el y la artista o el o la intelectual se encuentra antes de sumarse o negarse definitivamente a la lucha política, tiene que ver con la valoración de si ella o él mismo es un “cuadro” ya conformado, cuyo conocimiento cultural y artístico lo precede y por lo cual no necesita de formación.
Existe en este pensamiento un temor de fondo: el que la formación política sea, más que una potenciación revolucionaria, un proceso deformativo, una camisa de fuerza que ate al o la intelectual o a el o la artista en pro de una dinámica doctrinal con una disciplina inmovilizadora del espíritu reflexivo o creativo.
En respuesta a esto, en Artistas en Resistencia podemos afirmar, que la lucha revolucionaria es el campo ideal para hacer coincidir el espíritu libertario de la o el creador con la expectativa e impulso natural del pueblo en liberación, un pueblo que es -en sí mismo- la cultura en movimiento, la cultura que busca nuevos espacios con el afán de romper la petrificación que impone la visión reaccionaria.
¿Se trata entonces de ubicarnos al nivel de la masa en movimiento? Ante esta pregunta, también podemos preguntarnos ¿cuál es el nivel supuesto que tiene la o el intelectual o el o la artista? ¿Acaso no es el despertar revolucionario del pueblo algo que desborda lo que entendemos como cultura o arte en acción?
Por años de alienación sistemática, el artista ha sido considerado siamés de la idea de cultura, cuando en la práctica del o la auténtica artista, toda creación ha sido contra-cultural, es decir, inconforme, visionaria, bizarra, múltiple… el contra peso o martillo de la hegemonía cultural que genera el poder, una hegemonía que explicada por Marx se define de la siguiente manera: “La clase que ejerce el poder dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante.”
El o la artista es espíritu rebelde, eternamente insurrect@ contra su realidad. La o el artista es constructora, organizador, persuasora permanente, por lo que, una vez sumada o sumado a la lucha política se convierte en un principio activo para la vanguardia revolucionaria. Se convierte entonces, en un gestor de revoluciones, de la misma forma, que fuera de la organización de lucha social, ha ayudado a liberar la imaginación y espíritu del pueblo, nada más que dentro de una dinámica más lenta y apenas perceptible.
Una vez insertos en la dinámica revolucionaria, el o la artista o gestora, lidera intelectual o moralmente a la sociedad en ruptura, organizando la nueva cultura con medios opuestos a la línea tradicional que impone el Estado y su concepto dominante en el “Ministerio de Cultura”. En esta organización, la coacción jurídica y el aprovechamiento privado del producto artístico son desterrados como un condicionamiento del pasado.
Alcanzada de manera natural esta conciencia, cohesionada en virtud de habernos sumado a la dinámica natural de la lucha histórica del pueblo, el o la intelectual, o el o la artista, se convierten en la fuerza natural que guía el impulso cultural revolucionario, creando el nuevo lenguaje, la nueva canción, el nuevo teatro, el nuevo cine o danza con que se interpreta a sí mismo el pueblo, y este poder interpretativo no puede ser condicionado ya nunca más por nadie, aún si la dirigencia revolucionaria obtenga un día el poder, porque el poder real será la nueva cultura que ha ayudado a construir el o la gestora revolucionaria, la o el artista revolucionario, el o la intelectual genuinamente revolucionaria.
De esta forma, la cultura del ocio ya no formará parte de la idea de dominio y entretenimiento que la clase ociosa impone (una clase ociosa beneficiaria del latrocinio y consumismo oligarca) que colecciona artistas y actividades culturales; la cultura del ocio será el andamiaje donde la ciudadana o el ciudadano cotidiano le afirmará a sus antiguos capataces que él o ella ya no son simples entes productivos, con horarios represores y con su imaginación unívoca disponible exlusivamente para telenovelas, mediación patriarcal y teletones, sino que su existencia ya ha sido interpretada y cantada con lucidez y propiedad por las y los artistas y gestores nacidos de su espíritu en liberación, un espíritu que posee memoria y anhelo, personalidad, diversidad y también desenfado.
El o la artista, el o la intelectual, o el o la gestora tendrán que asistir a este momento histórico con una enorme sonrisa en su rostro, porque parte de su visión –la creación de un nuevo espíritu público- se habrá alcanzado, quedando ante sí el permanente reto de no permitir que el poder revolucionario hecho Estado se petrifique y retroceda hacia las actitudes reaccionarias donde todo poder real insensible termina asentándose.
Equipo Coordinador AenR
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