Poeta, querido poeta:
Hoy no saldrán en masa los pobres para ir a verlo a su féretro. Los pobres entienden que ya somos más que muchos y por eso tendemos a olvidarlo. Es una especie de soledad masiva lo que resume en su cuerpo, poeta, y la gente ha aprendido a temer la soledad de otros y a apartarse haciendo las cruces.
Hoy ha llovido con una rapidez extraña y las alcantarillas rebosaban de máscaras que atascaron hasta desbordar las aceras. Y sin embargo, aún sin máscaras, los aberrados criminales tuvieron la audacia de llegar, todos juntos, todos en francachela y con las cámaras detrás de ellos. Ellos que son tan pocos y que se nos hace imposible olvidarlos. Usted lo sabe poeta, usted me ofreció una amistad incontemplada y me ayudó a diluscidar los espejismos y el encantamiento de estos bailarines sin cabeza. Pero ahí estaban y yo no tenía una granada en la mano. Tenía su palabra, su poesía precisa que apunta y no deja nada en pie.
Lo leí poeta, les dije en la cara toda la poesía cargada de presente y los vi convertirse en vacías botellas, y vi cómo el Auditorium de la UNAH se convertía en ese cráter de la luna donde deben quedarse, para siempre, en el olvido. Pero se quedaron y no fueron aquellos adolescentes, que como yo, un día caminamos por la Cervantes y nos quedamos pegados a la vitrina deseando tener los 50 lempiras para comprar su poemario.
Me vi entonces pegado a la vitrina de la Guaymuras, y al otro lado, una niña se sostenía de un alambre de púas con el llanto a punto de reventar. Y recordé las semanas en que ahorré mi mesada colegial para poder comprarle Un mundo para todos dividido y lloré, mi poeta, lloré. Lloré aquel 1989 al terminar el libro y sin poderlo evitar lloré hoy mientras echaba fuera todos esos demonios.
“Esos tendrán su castigo”, me decía la última vez que lo vi, “esos serán borrados de la historia y del alma del pueblo, Fabricio, ya verá”…y me lo dijo de la misma forma suave y segura con que el sol de las cinco le pega a uno en el rostro, allá en Granada, Nicaragua, en los pasillos interminables de la casa de los Tres Mundos donde hablamos creyendo que no había necesidad de regresar, que había que quedarnos ahí, tomando cerveza y hablando con Arturo Corcuera. “Esta es la vida, poeta, no se le olvide”, me decía, y se reía hasta que se le humedecieron los ojos verdes.
Yo no sé que puedo decirle más, Don Roberto. Saúl Ibargoyen viene pasado mañana y pensaba que sería hermoso verlo de nuevo hablando con él, y escucharlos bajo otro sol de las cinco, ahí dorados y recordando hasta el último brillo en el túnel de espejos. Sólo déjeme contarle a Saúl la vez en que descubrí que un video de pauta comercial lo incluía a usted en el casting, decirle esto para que vea la alta estima en que los golpistas tienen a sus poetas: en ese video de Burger King, aparecía un muchacho caminando frente a cámara en la peatonal. Iba pensando en lo bien que se sentía que hubiera una Whoper esperándolo en cualquier lugar de Tegucigalpa, en las delicias de las papas fritas y la seguridad que le daba a su vida el servicio personalizado de los restaurantes de INTUR. Pero atrás, en el segundo plano donde la gente y la vida normal caminaba, venía usted poeta, caminando junto a alguien, con su habanera blanca y su boinita café.
Usted poeta, venía atrás y nadie de todas estas serpientes pudo advertirlo ni reconocerlo. Y así estuvo su figura al aire durante semanas, sin quererlo, invisible para todos los pobres hambrientos de Burger King.
Pienso ahora, que ese es el video testimonio más desgarrador de nuestra nacionalidad, poeta, yo se lo conté a usted y usted no me dijo nada, como en estos días en que su humildad evitó que supiéramos que se le había concedido el Premio Rafael Alberti por su obra. Pero esa es otra historia; la mía, en la que usted fijó un punto de partida, lo escuchará siempre en los momentos privilegiados que pude estar cerca de usted. Lo sabe Néstor, lo sabe Doña Lidia. Lo sé con alegría, hasta el día en que termine de atravesar el puente de la dignidad, y lo encuentre ahí, de pie, junto a la hierba cortada por los campesinos.
Fabricio Estrada
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