La erupción
La verdad ha surgido ayer como un volcán y ha crecido tumultuosa en una calle olvidada de Tegucigalpa. De pronto fue que los automóviles comenzaron a agolparse y a causar un infernal tráfico, y nadie sabía exactamente lo que sucedía, hasta el momento en que, esos mismos automóviles, comenzaron a volcarse y a despeñarse de las faldas.
La verdad comenzó a rugir, a temblar. Los puestos del mercado no soportaron el estremecimiento y colapsaron. ¡Es la verdad! -gritaban todas y todos, ¿y qué es la verdad?, respondían los que aún no habían visto nada y que eran empujados hacia el centro de la capital.
¡La verdad es un volcán y está creciendo!! gritaron. A los bomberos se les hizo imposible llegar a la zona cero, pero hacían seguimiento del proceso de erupción a través de los datos que los sastres del mercado -al pie del cono- iban calculando con sus cintas métricas. ¡Ya va por 15 metros! ¡Ya va por 22! Y los bomberos se empinaban junto a la policía y se mentían unos a otros: la situación es estable, es sólo un tiroteo y un par de muertos más... a lo sumo es una concentración de políticos o una procesión de la iglesia, pero un volcán ¡Imposible!
La verdad fue acumulando todo el magma de la zona, y los puestos de revistas, de periódicos, de anuncios de farmacias de turno, de afiches políticos y de libros usados avivaron más la llama interna, tragándose a la vez las máquinas de freír pollos, las gasolineras, las bolsas de marihuana de la Quinta Avenida, las piedras de crak de Sipile, la posta policial y las picanas. Todo iba siendo engullido por el magma insaciable que se hundía bajo el asfalto y que hacía crecer aceleradamente a la verdad.
Muertos, ataúdes, arreglos florales, estatuas de poetas, rollos de tela, cintas pornos de los antiguos cines, cartitas de estudiantes enamorados, paños de mesas de billar, carteras robadas por el coime, recibos de la luz y el agua jamás pagados, pancartas de iglesias sanadoras, bajos de mariachis, patinetas de insomnes, ruletas de chiviadores, naipes marcados, constituciones de comerciantes individuales y constituciones políticas, pestañas postizas, tacones de aguja transparentes, piscinas inflables de la temporada pasada, cordones de zapatos, perfumes Musk de veinte años, calendarios de chinos, menús de cafeterías baratas, corbatas de doble uso, sacos de alquiler para bodas y diputados, forros para muebles, sobrefundas, calzones salvadoreños, testamentos de ladrones... todo lo que hacía la verdad más prístina y deseable, más monstruosa e implacable, fue tragado, mascado y hecho fuego.
Pero el volcán dejó de crecer a la altura exacta de 2011 metros, cuando toda la ciudad ya había desaparecido y cuando todos en el mundo esperaban la súper explosión el volcán cesó su actividad y cayó en un indescifrable mutismo.
El Volcán de La Verdad empezó a ser conocido en todas las guías turísticas mundiales y en los catálogos científicos más especializados. Una nueva Pompeya había surgido, aniquilada por la verdad.
Fabricio Estrada
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