Primo Moisa: jamás nos hemos acostumbrado a tu ausencia. Nos hacés falta como el agua de mayo. Tenemos la impresión, será el maldito espejismo y sus bromas, de encontrarte a la vuelta de la esquina. Te hemos visto andar en los sitios concurridos. Tu sonrisa es cotidiana en cualquier parte. Eres el mismo de siempre en la cuadrícula artística de tu camisa pestañando fraternal colorido en la amplitud de la calle.
Nuestros hijos indagan por vos, por su tío Moisa. Les describimos a pulso tu memoria y tu ejemplo. De la mar de tu humanismo: del mar de tu humanismo en el filo de tu tiempo. Señalamos la levadura de tu sal y de tu pan. Les decimos del histrionismo de tu músculo vital y tu indignado verbo restallando ante el malvado y el injusto.
Los desavisados interrogan si fuimos amigos, les digo no, que hermanos. Quieren saber de ti. Desconocen que descifrabas el silbo de las flores y el encabritado color de los sonidos. Del valor acrisolado de tu pluma en el surco del aire y de la tinta fértil en la geografía del papel. Les digo que tu palabra era testigo de calidad, tu arma de fuego cortante, en el juicio de la historia.
Cada mes nos estruja tu partida. Nos duele aún más en la larga noche de enero. Nos angustia la espera de tu visita. No te hagás el remolón, volvé, hermano. Mirá, fijate que los espacios del hogar rezuman todavía tu diáfana pupila y el desparpajo sin igual de tu sonrisa. Aún está esperándote en la mesa, primo Moisa, el plato diario del convite. Queremos invitarte a lo de siempre: al pan fraterno y duro, a la olla caliente, a la férrea tortilla. No queremos dejarte sin tu sorbo de tinto de altura. No queremos apurar los bocados sin tu compañía. No queremos la sala sin tu voz, sin tu amor dinámico y sensitivo. ¿Por qué? Porque no podemos y no queremos desprendernos de tu ejemplar presencia de modestia y sencillez.
Armando García
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