Recuerdo la sorpresa que se vivió en Costa Rica, cuando Manuel Zelaya, entonces presidente de la República de Honduras, fue depositado, usando nada más que sus pijamas, en el aeropuerto Juan Santamaría. Golpe de Estado, dijimos. La derecha oligárquica, a la que Zelaya fue cercano en su momento, no toleró la posibilidad de abrir una consulta popular que tenía un alto potencial dinamizador de los movimientos populares.
El apoyo a esa consulta popular no implicó una adhesión absoluta a la figura de Zelaya ni a su partido, sino una muestra clara de la voluntad del pueblo hondureño por construir un país justo y próspero para todas las personas. Claro está, ese deseo no podría ser compatible con la acumulación del poder y la riqueza en manos de unas pocas familias. Lo que fue percibido, por los grupos de poder hondureños, como una amenaza a su estabilidad, se respondió a través de acciones abusivas e ilegales, tomadas en el Poder Legislativo, en el Poder Judicial y en el Ejército. Se construyó un discurso falaz, revestido de una narrativa leguleya, cargada de panfletos macarthistas, e incluso, de alusiones al amor patrio y a la defensa de la democracia.
Ese discurso, que acusaba a Zelaya de criminal y comunista, resonó en ciertas figuras conservadoras del escenario político costarricense. No puedo olvidar a Alberto Cañas, del Partido Acción Ciudadana, asegurando que Zelaya se lo había buscado. Parecía una vuelta a los años ochenta. ¿O en efecto, sí presenciamos un regreso a la década de los 80?
Juzguen ustedes. No pasó mucho tiempo para que Oscar Arias estuviera dirigiendo un proceso "de diálogo" para la restitución del orden constitucional. Hubo reuniones en su casa, conferencias de prensa, muchas cámaras de televisión. Las autoridades estadounidenses, en sus manifestaciones a la prensa, siempre condenaron la situación y apoyaron a Arias en su liderazgo. Sin embargo, luego se confirmó que parte de la orquestación del golpe tuvo lugar en una oficina en Washington DC. Al respecto, ni Obama ni Clinton dijeron nada. Tampoco dijeron nada sobre la curiosa visita de Hillary Clinton a Honduras dos meses antes del golpe de Estado. Ni sobre el dinero que seguía entrando a Honduras desde los Estados Unidos.
Y día tras día, sin descanso, durante meses, el pueblo en resistencia contra el golpe marchó en las calles de Honduras. La respuesta siempre fue igual: gases, golpes, balas, persecución, terror. Las feministas, organizadas desde los primeros días de la crisis, marcharon bajo el lema: Ni golpes de Estado, ni golpes contra las mujeres. Se constituyeron como grupo Feministas en Resistencia, y luego se organizaron muchos otros colectivos. La gente campesina, indígena, de las artes, gente de las ventas callejeras, estudiantes...Miles de personas seguían saliendo a la calle, venciendo al miedo y aprendiendo a lidiar con la represión.
La creatividad surgió de la mano del repudio y del horror. Al tiempo que desaparecieron, golpearon, violaron y asesinaron a cientos de personas, el movimiento de resistencia creó medios de comunicación, generó debate y pensamiento, redes de solidaridad y supervivencia, economía social de pequeña escala, canciones, poesía. Siguió generando la vida cotidiana, en clave de resistencia y recargada de dignidad.
El ánimo feminista crítico nos movió en toda la región, surgiendo así Feministas en Resistencia-Costa Rica, grupos de apoyo en Argentina, Brasil, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, México e incluso, en Estados Unidos.
Pasaron dos años y hoy Manuel Zelaya está de vuelta. Algunos sectores de la resistencia han decidido participar en las próximas elecciones nacionales. Sin embargo, a pesar de las diferencias que han surgido a lo interno del gran movimiento contra el golpe de Estado, un mensaje sigue estando claro: para no dar marcha atrás en este camino hacia la justicia social, la igualdad, la libertad y el derecho humano de toda persona a vivir una vida feliz, no puede dejarse en el olvido a las personas que han muerto en estos dos años, a las personas que fueron de una u otra forma, violentadas y perseguidas. La impunidad no debe ser aceptada, bajo ninguna circunstancia, pues implicaría renunciar a los principios básicos que han energizado al pueblo en resistencia. Cualquier pacto que haga caer en el olvido los nombres de las víctimas del régimen golpista tiene que ser visto como un acto infame.
En todo caso, más allá del rumbo que tomen los acontecimientos por venir, las feministas centroamericanas no dejaremos de gritar, desde el lugar en donde estemos: Ni golpes de Estado, ni golpes contra las mujeres.
(*) Poeta y Activista feminista
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