Las mujeres de Honduras tienen más de medio siglo de organización en la lucha específica de género, siendo las sufragistas en los cincuenta quienes con trabajo, y esfuerzo sistemático lograron el derecho al voto para las mujeres, la primera victoria por la reivindicación de los derechos negados “por cierto una reivindicación de carácter liberal” y son algunas de esas mismas sufragistas las que se enfrentaron también a la dictadura de Carías, por lo cual fueron perseguidas y asesinadas, algunas de ellas.
Durante los años 80 y 90 se fortaleció un movimiento feminista en Honduras que demandaba al Estado mejores condiciones de vida para las mujeres, priorizando y problematizando la violencia por razones de género. Ese fue un movimiento amplio de mujeres diversas con luchas jurídicas, manifestaciones públicas y propuestas culturales importantes para el país. Para el año 2000 el movimiento feminista y otros movimientos habían logrado los cimientos de una frágil institucionalidad estatal como respuesta a la realidad de los años 90s marcada por el incremento de la problemática de la violencia contra las mujeres y el deterioro de las condiciones materiales de la población. Hubo importantes logros en la legislación, la creación de ciertas unidades de género en el sistema judicial, unidades específicas de investigación de delitos contra la vida de las mujeres, juzgados especializados, e instituciones como el INAM. Estos cambios no llegan a impactar en los crecientes problemas de ingobernabilidad que son agravados dramáticamente por la corrupción, la impunidad, la agudización de la pobreza, y la injerencia de los organismos internacionales en la economía interna acelerando la problemática de endeudamiento galopante del país.
Por más de una década el movimiento feminista dirigió sus estrategias a la política de la presencia desde un feminismo excesivamente institucionalizado que al tiempo que tenía algunos logros jurídicos y culturales, particularizaba la opresión de las mujeres alejándolas cada vez más del resto de las poblaciones oprimidas, y de otros movimientos sociales, y particularmente de la realidad cotidiana y diversa de todas las mujeres. En clave de liderazgo se privilegió a un grupo de mujeres, casi todas asistentes a los mismos espacios, que se hicieron representantes de las otras, mientras se aceleraba la desmovilización de más mujeres en cuanto movimiento. Así continúa la historia de encuentros y desencuentros de un movimiento que dio una lectura posiblemente acorde a su momento, pero que en el actual está limitado en relación a la realidad de la situación y luchas por la justicia en Honduras.
El 28 de junio del 2009, muchas mujeres se trasladaron a casa presidencial a protestar contra el golpe, en Tegucigalpa; otras se movilizaron en sus lugares de residencia. A pesar de que fuimos expulsadas del lugar con balas y bombas lacrimógenas, al día siguiente nos volvimos a reunir indignadas por lo que pasaba, y es ahí donde se manifiesta todo el acervo que desde los años en que duró la “primavera democrática hondureña” fueron un acumulado de experiencia, salimos a defendernos ante los golpistas y sus agentes nacionales e internacionales. Inmediatamente surge la articulación entre feministas y nos autonombramos FEMINISTAS EN RESISTENCIA (artistas, estudiantes, académicas, institucionales, autónomas y comunitarias) y seguidamente nos sumamos al FRENTE NACIONAL CONTRA EL GOLPE DE ESTADO que luego se convirtió en el Frente Nacional de Resistencia Popular. El golpe dado por los grupos hegemónicos nacionales, y los poderes imperiales internacionales tuvieron la intención de impedir cualquier cambio social que implicara la democratización participativa e inclusiva de la sociedad hondureña al servicio del bien común y constituir un ejemplo para la región latinoamericana.
El golpe de estado del 28 de junio 2009 y su institucionalización con las fraudulentas elecciones presidenciales de noviembre del mismo año ha obligado al movimiento feminista hondureño a replantearse su quehacer político. Nos ha colocado en reflexiones profundas en cuanto a que “Ni el activismo puro ni la ‘política de presencia” (citar a Breny Mendoza) han resultado suficientes para visibilizar la opresión de las mujeres ni mucho menos para lograr cambios sustanciales en las estructuras estatales y sociales para que una vida más digna, libre y justa para las mujeres sea posible. Al calor de este movimiento la única respuesta de la institucionalidad lograda ha sido la remilitarización de los territorios y de los cuerpos de las mujeres, el incremento de las violencias y recrudecimiento de la represión contra el pueblo hondureño, y el despojo de los bienes naturales que son la gran riqueza de un país empobrecido como Honduras.
Está en cuestión y en desafío para nosotras las feministas ni más ni menos que la identidad política, propuestas de mundo y estrategias a corto, mediano y largo plazo que nos lleven a la transformación que urge en Honduras, país con la tasa más alta de asesinatos en el mundo. Las alianzas construidas y las que construiremos son parte de las grandes interrogantes. Retomar los pactos con otras expresiones de los movimientos de mujeres y sociales es una de las direcciones teóricas y prácticas que sigue siendo un reto. Reconocemos que instalar nuestro pensamiento no es fácil. Significa enfrentarnos al heteropatriarcado propio del movimiento social hondureño y latinoamericano, entendiendo que ante este momento histórico que vivimos, es una alianza necesaria para la construcción de un proyecto de sostenibilidad de la vida de todos y todas desde una democracia incluyente y participativa.
El legado de este movimiento transgresor para las más jóvenes en nuestro andar feminista ha significado replanteamientos importantes de cara a nuestro entorno. El desenmascaramiento de un falso Estado al servicio de la gente y de una inexistente institucionalidad o más bien de aquella puesta al servicio de un estado golpista y patriarcal significó para las mujeres jóvenes el replanteamiento de teorías y prácticas feministas que fuimos construyendo bajo los parámetros de un movimiento feminista enclavado en las instituciones desde donde los liderazgo son más competitivos y requiere de mucha experiencia para las negociaciones con el gobierno y el estado.
El trasladarnos a la calle por más de 5 meses, salir del espacio oficinista y de los talleres selectivos al espacio público, hizo necesario el cambio de nuestras acciones, el acercamiento y diálogo con los compás de las organizaciones, plataformas y colectivos de todas las expresiones; un reencuentro teórico con la comunidad LGTTBI, un activismo colectivo contra el sistema neoliberal-patriarcal con los compás de artistas en resistencia y sus propuestas transformadoras. Un debate continúo con los compás de otros movimientos que integran el FNRP, los pactos y acciones en conjunto, que sin ceder los principios y propuestas feministas han sido hasta este momento alguno de los logros de esa redirección del movimiento.
Logramos situar nuestra realidad y análisis con la de las mayorías y nos reconocimos feministas, campesinas-os, indígenas, negras-os, pobladoras-res todas-os. Nuestro accionar transitó de lo local a lo nacional, y las aspiraciones caminan hacia la colectividad, solidaridad, el respeto. Pero sobre todo a insertar particulares luchas en una global desde la diversidad de movimientos.
Sara Tomé
Feminista en Resistencia, CEM-H
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