miércoles, 12 de mayo de 2010

1968 y sus resonancias hoy: Dos visiones






Nunca pensaron que algún día iban a ser reaccionarios

Por Joaquín García-Huidobro © Artes y Letras – El Mercurio

A fines de la década del sesenta, la humanidad se volvió adolescente. Y el año 68, con toda su agitación, es un ejemplo de ese estado psicológico en que el individuo se comporta como niño y como hombre a la vez, en que no sabe exactamente lo que quiere y no distingue del todo entre imaginación y realidad. Pero negar la adolescencia es tan absurdo como intentar prolongarla artificialmente.

Hay cosas del 68 que permanecen intactas y otras que no han resistido el paso del tiempo. Compárese, por ejemplo, la maravilla del "Álbum Blanco" de los Beatles con la pedantería confusa y rebuscada de "2001: Una Odisea del Espacio". Lo mismo pasa con la política: la "Primavera de Praga" fue aplastada por los tanques soviéticos, pero renació dos décadas después bajo la forma de la Revolución de Terciopelo, que llevó al Castillo de Praga a quienes antes habían estado en los calabozos comunistas. En este caso, vemos un fenómeno del 68 que tuvo permanencia.

No le pasó lo mismo, en cambio, a la Revolución Cultural de Mao. Aunque fue aclamada hasta el delirio en Occidente, hoy sabemos algo de lo que significó en términos de libros quemados, obras de arte destruidas y sabios profesores apaleados por hordas fanáticas de jóvenes que hoy visten corbatas europeas y se llenan los bolsillos con jugosos dineros capitalistas.

El año 68 se asocia inevitablemente al mayo francés. Pienso, sin embargo, que donde mayores transformaciones produjo fue en Alemania, menos espectaculares, quizá, pero más profundas. Y desde Alemania se han difundido después por todo el mundo con la llamada "educación antiautoritaria" , que llevó a debilitar fuertemente las estructuras familiares y religiosas en que se fundaba la sociedad. Alemania fue especialmente sensible a este movimiento por las peculiares circunstancias de su historia. El nacionalsocialismo no solo destruyó la política europea y aniquiló millones de vidas, sino que también pervirtió el lenguaje. Como reacción, un sinnúmero de palabras e instituciones quedaron bajo sospecha, entre ellas, "patria", "orden", "autoridad" y "disciplina" .

Una de las manifestaciones más perecibles de la cultura del 68 fue el hippismo. Los hippies que hoy encontramos de vez en cuando vendiendo collares de mostacilla tienen la forma, pero no la sustancia de un movimiento que cautivó a millones de personas. Sin embargo, los movimientos contraculturales no han terminado, como se aprecia en la multiplicació n de tribus urbanas en Santiago tanto como en otras ciudades del mundo. Pero ellas no ocupan las primeras páginas de la prensa, porque carecen de la espectacularidad y novedad de esas manifestaciones adolescentes de fines de los sesenta, cuando pareció que, por un tiempo, la comunicación y la cultura dejaban de estar en manos de los mayores.

En el caso chileno, la Reforma Agraria significó un cambio que merecería una atención mayor de la que ha recibido. Nuevamente vemos un ejemplo en que, en parte, algo desaparece y, en otra parte, pervive. Desaparecieron los asentamientos campesinos y los deseos de experimentar con la propiedad colectiva; los latifundios han vuelto en gloria y majestad, aunque no en manos familiares, sino de grandes empresas. Pero lo permanente fue la eliminación de la hacienda y de un modo de vida muy distinto a la relación que hoy se da entre empresas y temporeros.

Quienes no pertenecemos a la generación del 68 la miramos con distancia entre crítica y curiosa. Quienes participaron de ella la miran con nostalgia y se preguntan cómo pueden volver a esos tiempos hermosos. Nunca pensaron entonces que algún día iban a ser reaccionarios.

Dos pasos adelante, un paso atrás

Por Martín Hopenhayn

A cuarenta años de mayo del 68 su evocación parece anacrónica. ¿Con qué ropa proponerlo hoy como faro del espíritu y modelo de emancipación? ¿Con qué convicción comprarse la imagen del cabello ondulante de una estudiante de la Sorbonne, sobre los hombros de su compañero entre las barricadas del Boulevard St. Michel, como si encarnara el mundo preñado de promesas y con una generación capaz de hacerlas realidad?

Evoco las imágenes y el devenir se representa allí excedido en sentidos: cambios en la familia, la fábrica, la cultura, la educación, la vida cotidiana completa. Y, por otro lado, la marca registrada de mayo del 68 se reconcentra en la manifestación misma: la poetización del acontecimiento, el espiral de extroversión en cadena, la metamorfosis de adoquín en barricada, la fuerza centrífuga que todo lo cuestiona y contagia. Uno se pregunta entonces, tejiendo puentes entre ayer y hoy: ¿qué queda de esa posibilidad de manifestación?

Mayo del 68 fue símbolo de una utopía modernista: recreación súbita de la vida propia y transformació n radical de las instituciones. Poetizar la vida, transformar el mundo. Narcisismo, pero colectivo. Pretencioso, megalómano, y espontáneo. Removió y hizo suya esta gran exageración del espíritu, imposible pero entendible, de encontrar plenitud de sentido a la vida personal en el torrente del movimiento histórico.

Hoy el devenir es mucho más ambivalente. Más acceso y más exclusión, más democracia y más inseguridad, más pluralismo y más fundamentalismo, más espiritualidad y más fiebre de consumo, más potencial para liberar el trabajo y más estrés de productividad o temor al desempleo. En contraste con la densidad del acontecimiento prevalece hoy su obsolescencia acelerada, su rápida incorporación a la máquina de reciclaje de las comunicaciones públicas, la pérdida de relevancia de cada novedad.

Si bien esto banaliza, también ayuda a liberar la expresión y diversificarla. El cambio en la subjetividad, si lo hay, no pasa por el asalto al poder ni por la guerra de las ideologías ni por la marca indeleble de una repulsa juvenil u obrera, sino por este repiqueteo cotidiano, persistente, múltiple, que finalmente horada la calle y las cabezas sobre las cuales proyecta sus mensajes. Simplemente va ocurriendo. De dulce y agraz: racionalidad de mercado y juego del deseo, pulsiones singulares y audiencias cautivas, desenfado y simulacro, pluralismo y montaje se funden y confunden en el devenir del siglo XXI. O al menos en el nuestro.

Y curiosamente hay sincronías históricas entre mayo del 68 y Santiago del 2008, salvando el hecho de que hoy todos bailamos en la orgía y el purgatorio de la globalización capitalista: mayor nivel de ingresos y menos pobreza, que da paso a aspiraciones de autodeterminació n y de individuación más marcadas, lo que presiona contra los diques de contención moral; una nueva generación que creció en plena democracia y asumió los derechos de expresión y pataleo con mayor naturalidad; un imaginario colectivo que va incorporando más libertad sexual, más entusiasmo frente a la diversidad, críticas más lapidarias a la institución escolar, y un cuestionamiento más feroz de la autoridad en las familias. ¿No coincide esto con mayo del 68?

Sí, compañero. Dos pasos adelante, un paso atrás.

Cinco libros del 68

La ficción y no ficción ofrecen un valioso registro que da cuenta de los sucesos que sacudieron al mundo hace 40 años, tal como los vieron periodistas, escritores y políticos.

P.P.G.

CRÓNICA: 1968. El año que conmocionó al mundo. (Mark Kurlansky. Ediciones Destino, Barcelona, 2004, 557 páginas, $24.000, Librería Qué Leo.) Nada mejor que la pormenorizada crónica de un periodista veterano para introducir el contexto histórico y el clima cultural en los que se fraguaron los sucesos de 1968. (Libro citado en reportaje de páginas E 2 y E 3.)

NOVELA: El fin de la locura. (Jorge Volpi. Seix Barral, Barcelona, 2003, 475 páginas, $19.000. NOVELA) Segunda parte de la trilogía dedicada al siglo XX, que inicia En busca de Klingsor, esta novela de Volpi ofrece una mirada sarcástica a la intelectualidad francesa contemporánea del 68 tal como la ve un psicoanalista mexicano que se relaciona con Barthes, Lacan, Althusser y Foucault, asistiendo a ese extraño y fugaz matrimonio que constituyó el marxismo freudiano.

TESTIMONIO: La noche de Tlatelolco. (Elena Poniatowska. Ediciones Era, México, 1991, 282 páginas, $7.600) La escritora mexicana recoge el coro de voces de estudiantes, políticos, soldados, padres de familia y trabajadores que protagonizaron uno de los acontecimientos más estremecedores de la historia política latinoamericana. El volumen incluye poemas de Rosario Castellanos y José Emilio Pacheco además de un anexo de impactantes fotografías de lo que pasó el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas.

ENTREVISTA: La revolución y nosotros, que la quisimos tanto. (Dany Cohn-Bendit. Anagrama, Barcelona, 1998, 251 páginas, $6.500 -Metales Pesados) Cansado tanto de los comentarios peyorativos como de la nostalgia complaciente, Dany el Rojo -de pelo y corazón- decidió revisitar a mediados de los 80 su vieja "familia política", a través de una serie de documentales para la televisión europea. De allí nació este libro de entrevistas a viejos amigos y camaradas de Mayo del 68. Esparcidos por el mundo, insertos en la vida política o refugiados en la clandestinidad, algunos siguen fieles al viejo ideario anarquista mientas otros escogieron la vía armada. No son pocos los que -como el propio Cohn-Bendit, portavoz del partido alemán de los Verdes- se hicieron ecologistas.

ENSAYO: Los 68. (Carlos Fuentes. Debate, Buenos Aires, 2005, 173 páginas, $11.000) Fuentes inscribe las insurrecciones de 1968 en el linaje de las grandes revoluciones del s. XIX: las de 1810 y 1848.

Analiza cada foco del 68, de los que fue un testigo privilegiado por su experiencia in situ en los sucesos del Mayo francés así como por su encuentro con Milan Kundera en París ese mismo año y su posterior visita a Praga, junto a Julio Cortázar y Gabriel García Márquez.

En la capital de Checoslovaquia los esperaba el autor de La insoportable levedad del ser y su testimonio de humor, tristeza y desengaño.

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