martes, 19 de abril de 2011

Saúl Ibargoyen - Vuelve el escriba de pie

Yo soy otra vez el escriba de pie

con un corazón que empieza a herrumbrarse

por decisión de los dioses inalcanzables.

Escribo así y aquí para simplemente tozudamente

respirar en la memoria de algunos otros

pues en este pincel o cálamo o lápiz
están
las crónicas las tachaduras los gestos los silencios

las soledades los trazos las dudas los cánticos

de todos los escribas de pie que ya han sido

de todos los que son de los que quizá

resuelvan su intención de nacer.

Escribo sólo palabras porque ya no importan

ni éstas ni ningunas palabras pues hubo hay habrá

otros escribas de fáciles grafías

de versos que riman con el verbo poder

con el verbo usura

con el verbo complacencia

con el verbo violación

con el verbo complicidad

con el verbo sí señor

con el verbo cocaína

con el verbo engaño

con el verbo estatua

con el verbo comodidad

con el verbo cobardía

con el verbo mediático
con el verbo mercado

con el verbo corrupción.

Mi pluma viva o estilete o péndola o cincel

aún siente el temblor de los misiles que calcinaron

las entrañas de Kosovo y de Bagdad.

Y la tableta de barro o la hoja de seda o el fino papiro

o el suave pergamino o la fúlgida pantalla o el vulgar papel

quieren expulsar la costrosa sangre de los doscientos mil

prisioneros que ordenó decapitar Qin Shi

y los miles y miles degollados por Pedro el Grande

por el gran Alejandro y por Ricardo Corazón de León:



quieren borrar el sudor de las naciones

que extinguió la ira de Yaveh

y la orina de las niñas disueltas por el napalm

y la saliva de los desaparecidos en las playas del Sur

y el aliento de los poetas enterrados vivos

en los desiertos de Alá

y el hedor de los veinte millones de kilos

de tripas que Ruanda trituró

y el rumor de las nunca enfriadas cenizas de Hiroshima

y el flujo de la indita vulnerada en la milpa

y el excremento de los veinte mil esclavos que Roma

encajó en su cruz

y que no eran hijos de Dios.

Quieren quitar la piel de los negros incendiándose

en los altares del Ku Kux Klan

y el ardor de los pechos que el cuchillo de pura obsidiana partió

y los pulmones endurecidos por el veneno de Treblinka

y las venas cocinadas por una perfecta energía artificial.



Estas meras palabras de un escriba sencillamente no podrán

dar su voz y su hálito a la tantísima humanidad sacrificada

quemada gaseada desmenuzada ahorcada castrada violentada vejada
vaciada quebrantada expoliada fusilada guillotinada burlada
asesinada arrasada enterrada archivada olvidada

en Granada en Tlatelolco en Madrid en Haití en Cincinati en Honduras

en Guernika en Palmares en Santiago de Chile en Moscú en Armenia

en Tenochtitlan en Guatemala en París en Buchenwald en Gaza en Bogotá
en el Río de la Plata en Angol en Chechenia en El Salvador en Libia
en Etiopía en Kabul en Panamá en el Chaco en Atenco en Acteal:

¿sólo ahí? ¿solamente ahí?

Yo el escriba con mi yo me levanto

al costo de este menguado cuerpo y digo

que ya no quiero respirar

adentro de las palabras

porque en cada migaja de cada una de estas tierras

de cada una de estas aguas

hay restos de úteros de novias humilladas

hilachas de pellejo infantil

fragmentos de prepucios y de lenguas

uñas mutiladas y ojos coagulándose

nervios atomizados que el verdugo arrancó.



Y yo el escriba otra vez con sus yoes a cuestas

nada estoy diciendo de las banderas mordidas por la sombra

de las cucharas con su cruda hambruna

de los platos con su sucia sed

de las tortillas corroídas y los panes enfermos

de las cruces marchitas y los templos malolientes

de las monedas virtuales y los cheques vacíos

y las tarjetas de plástico

multiplicándose y pudriéndose.

Porque nada quiero decir:

siempre es difícil hablar como cantando.

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